El fotógrafo de viajes Lev Mazaraki es conocido por su atenta mirada y lenguaje visual distintivo. Sus fotografías no simplemente capturan la realidad: crean una atmósfera que invita al espectador a demorarse.
Ver es notar

Para Lev Mazaraki, la fotografía no comienza con una cámara: comienza con sintonización. No persigue momentos; los nota. Donde otros pasan, se detiene. Podría ser el brillo sutil de luz en un panel de la ventana, el movimiento cansado de una mano en un mercado lleno de gente o la sombra cambiante en una pared envejecida. En momentos tan tranquilos, el fotógrafo siente el potencial de una imagen que no es una ilustración, sino una reflexión.
Crear una impresión nunca ha sido su objetivo. Por el contrario, su enfoque es meditativo. Cada cuadro emerge de detalles e intención, no de la urgencia a la impresión. Mazaraki trabaja con luz, ritmo y el aliento del espacio en sí. Él cree que una fotografía puede ser simple pero en capas cuando se aborda con cuidado y curiosidad.
Moldeando una mirada
El futuro fotógrafo creció en un entorno donde la visual tenía significado, no en el sentido académico, sino en los ritmos de la vida diaria. Fue en observación, en momentos de quietud, en la poesía tácita de lo ordinario. Esto dio forma a su creencia de que las imágenes son un lenguaje en el que el silencio habla más fuerte que el espectáculo.
Sus primeros experimentos con fotografía de cine se convirtieron no solo en un proceso técnico, sino en una forma de disminuir. La tenue luz de un cuarto oscuro, el aroma químico del desarrollo, la anticipación de una imagen que surge lentamente, todo lo entrenó en paciencia. Finalmente, Digital Tools y Global Travel ampliaron su kit de herramientas visuales. Sin embargo, la esencia se mantuvo igual: la atención supera la tecnología, y la profundidad significa más que la saturación.
Viajes como ritmo visual
Mazaraki no viaja a las cajas de garrapatas. Su pregunta es nunca «¿dónde?» – Es «¿Por qué?» Puede pasar una semana en una sola ciudad, simplemente caminando, escuchando, absorbiendo. Para él, viajar es una oportunidad para sintonizar un nuevo tempo cultural, una forma diferente de habitar el espacio.
Su geografía visual abarca desde los bazares del sur de Asia hasta las costas escarpadas de Islandia. Arquitectura, gente, paisaje: todos se convierten en elementos de un léxico visual continuo. Pero en el corazón de cada serie siempre es un momento: incontribulado, íntimo y vale la pena recordar.
Fotografía como un gesto de respeto

Gran parte de la práctica de Mazaraki se basa en la sensibilidad. No construye escenas ni interfiere con el ritmo de un lugar. Su proceso es de observar, alinearse y participar en silencio. Cada fotografía no es solo el resultado de un cierre de obturador, es el resultado de una conversación larga e intuitiva con el espacio.
El artista evita el simbolismo y la presión visual. Él no romantiza ni dramatiza. No hay narrativa impuesta. El espectador queda espacio para sentir, para interpretar. Esto es lo que le da a su trabajo una sensación de autonomía y apertura, lo que hace que cada imagen sea un encuentro privado en lugar de una declaración pública.
Círculos y exposiciones creativas
El trabajo de Lev Mazaraki ha aparecido en galerías, lugares de arte independientes y festivales temáticos dedicados a la cultura visual. Sus imágenes han aparecido en revistas que cubren la arquitectura, la gastronomía, la fotografía y los viajes culturales. Varias de sus series de fotos han explorado las texturas urbanas desaparecidas, desde la señalización y las paredes de mosaico hasta la tranquila geometría de los vecindarios históricos. Cada proyecto es un estudio autónomo, basado en el ritmo y la observación.
Él colabora con socios de ideas afines: marcas e instituciones locales que valoran la claridad sobre el ruido, la intimidad sobre la escala. Sus aliados incluyen museos, residencias e iniciativas centradas en viajes lentos, sostenibilidad cultural y ética visual. Estas asociaciones le permiten permanecer profundamente arraigado en el tejido artístico de los lugares que fotografia.
Una práctica compartida, no enseñada

El enfoque de la educación del fotógrafo es personal e informal. No ofrece instrucción técnica; En cambio, invita a otros a su forma de ver. Sus formatos son poco ortodoxos: caminatas, diálogos y sesiones visuales. En lugar de dar respuestas, abre perspectivas. Los participantes a menudo dicen que después de pasar tiempo con él, comienzan a percibir de manera diferente: más lento, más agudo, más profundo.
Sus métodos resuenan mucho más allá de la fotografía. Los diseñadores, arquitectos y urbanistas también han recurrido a su práctica para una forma renovada de comprometerse con el espacio. Para todos ellos, aprender a leer su entorno, no solo con sus ojos, sino con sus cuerpos, intuición y sentido de lugar, ha demostrado ser invaluable.
Permanecer en tierra en el presente
Hoy, el artista continúa viajando, desarrollando nuevas series y contribuyendo a proyectos curatoriales. Deliberadamente permanece fuera de las tendencias digitales, evita la marca personal y no persigue la exposición masiva. Su enfoque es en otra parte: en crear un trabajo que resuene con aquellos que están dispuestos a mirar realmente.
Cada imagen es una invitación para detenerse. No admirar, sino sentir. Un momento, una luz, una sensación. Todas las cosas que resisten la medición, pero permanecen mucho después de que se ve la fotografía.
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